Qué significa ser apicultor: la historia detrás de un oficio que se vive con el corazón

Ser apicultor no es solo tener colmenas ni cosechar miel. Ser apicultor es entrar en un ritmo distinto, uno donde la naturaleza marca el tiempo, las abejas trazan la ruta y uno aprende —con paciencia, constancia y respeto— que la verdadera recompensa está en el cuidado diario.

Nuestra historia comenzó hace más de cuatro años, casi por curiosidad, casi por intuición. No sabíamos que aquellas primeras colmenas nos cambiarían por completo la forma de ver el campo, la agricultura y la importancia vital de los polinizadores. Hoy, cada día con las abejas nos recuerda por qué elegimos este camino.

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Nuestras noches también son de trabajo: así se mueven las colmenas

Uno de los aprendizajes más grandes llegó cuando entendimos cómo debíamos mover a nuestras abejas. No se hace a cualquier hora. No se hace corriendo.

Se hace de noche.

Esperamos a que las abejas estén dentro de la colmena y descansando. Con mucho cuidado aseguramos cada caja y comenzamos un viaje silencioso de campo a campo. Es un trabajo de toda la noche, pero es también uno de los momentos donde más sentimos la conexión con ellas: sabemos que confían en que haremos lo correcto.

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El trabajo del apicultor: siempre hay algo por hacer

Ser apicultor es un oficio duro. Siempre hay trabajo. Siempre,

Antes de pensar en miel, hay que preparar todo lo necesario:

– el traje, que aunque se lave nunca queda completamente limpio porque el propóleo lo mancha para siempre;

– las herramientas;

– las alzas que se llevarán al apiario;

– los bastidores que hay que armar con cera nueva;

– y todo lo que un día en el campo pueda requerir.

Y luego viene lo más importante: revisar las colmenas.

¿Cómo sabemos si están bien?

Primero buscamos señales de que la abeja reina esté haciendo su trabajo: que haya postura, que esté poniendo huevecillos. También observamos si la colonia tiene mucha población; si es así, planeamos dividirla para evitar que se “enjambré” y se vaya del apiario.

A veces, al llegar, descubrimos que alguna colmena ya se fue. O al contrario, que ha llegado una nueva y debemos trabajarla para integrarla.

Así es la apicultura: dinámica, sorprendente, impredecible.

También cuidamos dónde y cómo colocamos cada colmena. Deben estar a una altura adecuada y bien sujetas, porque en el campo hay animales —como los tejones— que pueden tirarlas.

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Las tristezas también forman parte del oficio

No todo es miel.

Hay días duros, especialmente cuando un agricultor no respeta el acuerdo de no usar insecticidas. Las abejas son extremadamente sensibles y un solo químico puede causar daños irreversibles hemos perdido muchas colmenas. Hemos vivido momentos de tristeza al encontrar colmenas afectadas por pesticidas.

Por eso es esencial colocar nuestras abejas en lugares libres de químicos. Su salud y el equilibrio natural dependen de ello.

🌼 A merced de la naturaleza

Ser apicultor también significa entender que la naturaleza tiene la última palabra. Hay temporadas de gran floración, donde las colmenas prosperan, y otras en las que simplemente no hay suficiente néctar.

Hay veces que no cosechamos nada.

Y no porque no trabajemos, sino porque la floración fue poca. En esos casos, la miel se queda con ellas; es su alimento y su sustento. Nosotros esperamos a la siguiente temporada. La apicultura enseña paciencia.

🍯 Cuando hay buena fortuna, llega la cosecha

Si la floración fue generosa, viene un día de trabajo intenso: cosecha.

Traemos las alzas —cajones de madera más pequeños que la cámara de cría— llenas de miel. Antes de seleccionarlas, verificamos que estén al 95% operculadas, es decir, que la miel esté madura.

Las llevamos al área de extracción y, con ayuda de un equipo de centrifugado, extraemos la miel de los bastidores.

Después, esa miel se deja decantar, un proceso natural que permite que sus impurezas suban sin necesidad de calentar ni modificar nada.

Es un día largo… pero indescriptiblemente satisfactorio.

💰 La realidad que pocos ven: la miel cuesta mucho menos de lo que realmente vale

Después de todo este trabajo —las noches moviendo colmenas, las revisiones constantes, el cuidado del entorno, las temporadas sin cosecha, la lucha contra los químicos y el esfuerzo físico diario— hay algo que siempre nos deja pensando: la miel, en el mercado, está muy por debajo de su verdadero valor.

La apicultura es un oficio noble, pero también muy demandante. Y aun así, estamos sujetos a la ley de la oferta y la demanda, compitiendo con mieles adulteradas que se venden como si fueran naturales. Por eso, muchas veces, la miel pura —la que requiere tiempo, disciplina y respeto por las abejas— no recibe el valor económico que realmente merece.

Sin embargo, también recibimos un valor que no tiene precio: saber que ayudamos al medio ambiente.

Cada colmena que cuidamos poliniza miles de flores, sostiene ecosistemas, fortalece cultivos y contribuye a la salud del planeta. Ese impacto positivo es una recompensa profunda, una motivación que nos recuerda por qué seguimos haciendo lo que hacemos.

🐝 Ser apicultor es aprender a observar los ciclos y las flores.

Las abejas son grandes maestras. Enseñan que todo tiene un ciclo, que cada ser tiene un rol, que la organización importa, que el equilibrio se construye y se cuida.  

Nuestro trabajo puede ser duro, pero también es un privilegio. Cada día con las abejas nos recuerda que somos parte de algo más grande: un sistema natural que merece respeto.

💛 Ser apicultor es un compromiso, una responsabilidad y una forma de vivir

No es un oficio fácil. No es inmediato. No es perfecto.

Pero es profundamente gratificante.

Cosechar miel es el resultado visible.

Cuidar a las abejas es la misión real.

Y si algo hemos aprendido es que la apicultura no solo produce miel: produce conciencia, respeto y gratitud por la naturaleza.